La especialista hace un análisis sobre los recursos racistas que se utilizan en la campaña electoral, como “el cholo”, “el gringo”, “el chino”, “el chato”, “los pitucos”, “la raza diferente”.
Por Tania Elías. 04 enero, 2016.
Es significativo que en la campaña electoral en curso se eche mano de recursos racistas como “el cholo”, “el gringo”, “el chino”, “el chato”, “los pitucos”, “la raza diferente”, etc.; lo cual nos pone delante una realidad que es un reto, ya que el racismo es una profunda equivocación personal y social.
El racismo consiste en un desprecio a los demás en base a aspectos de poca valía y en los que el sujeto no ha tenido mérito ni culpa. Son aspectos biológicos, como el color de la piel, forma de los ojos, pómulos, mejillas, labios, barbilla, mandíbula, etc., que se relacionan con el lugar de origen, familia, etc.
Pero esto revela poca inteligencia porque son elementos externos, físicos, que son superficiales, y por eso se captan con los sentidos externos, con los ojos, oídos, etc. Por ello el racista se traiciona a sí mismo porque revela su poca capacidad intelectual, demuestra que no es capaz de ir más allá ni puede captar lo más profundo, aquello que decía el autor de El Principito: “lo esencial es invisible a los ojos”
Incapacidad e injusticia
La persona que desprecia a los demás ateniéndose a la raza está revelando su profunda incapacidad de conocimiento, pero lo más grave –y es lo que rompe a una sociedad– es que ese desprecio es una gran injusticia que aísla, separa y que exige restitución a todo nivel, tanto en las relaciones interpersonales como en la sociedad.
El desprecio rompe las relaciones sociales porque es una gran injusticia. Ser justos es dar a cada quien lo que le corresponde, y una persona vale mucho por sí misma, por lo que ES, no por lo que TIENE. Lo que le corresponde es el respeto. Es un asunto de valoración. No hacerlo así es gran falta, como dice el refrán “todo necio confunde valor y precio”.
Y por eso las consecuencias son funestas. El primero es el resentimiento. Una de las características de la idiosincrasia propia del peruano es que no suele ser confrontacional, sólo lo es en las situaciones límites. Normalmente ante los agravios del racismo “disimula”, pero eso es peor porque va creando por dentro un resentimiento muy peligroso que es sólo cuestión de tiempo para que extienda la “factura”.
Al respecto unas personas que me habían preguntado por el asunto del racismo, refirieron un hecho público y es que una persona que había tenido un cargo directivo era conocido por sus gestos, palabras y hechos racistas, subrayando que los demás se sentían ofendidos pero lo disimulaban muy bien, y que con otro que interiormente los despreciaba igual que el primero aunque por fuera no lo demostraba, los afectados se quedaban igual de heridos porque el peruano es muy intuitivo.
Peligroso voto
Al trasladar este hecho al plano social hay que ser consciente de que lo peligroso de este agravio y del correspondiente resentimiento es que si algún astuto estratega logra movilizarlo puede bloquear la capacidad de pensar y de elegir de las personas, empujándolas a un voto reinvindicativo y no propositivo.
Nos quejamos de que la gente no vote con la cabeza sino con los sentimientos, pero si se exacerban los sentimientos lo que nos espera es un voto irracional. Sin embargo, se trata de elegir el rumbo del Perú en los próximos años y –como ha demostrado suficientemente la Historia– afecta principalmente a los más débiles, a los más pobres.
Manipular los sentimientos es inmoral, pero también el racismo lo es. El desprecio racista es altamente desintegrador. En la historia ha dado lugar a consecuencias desastrosas, uno de ellos es el Holocausto judío, un genocidio de unos seis millones de judíos asesinados por los Nazis, ante el cual la humanidad suspendió el aliento, incluso algunos sociólogos afirmaron que después de Auschwitz el mundo ya no podría volver a sonreír al saber hasta dónde podía llegar un ser humano.
Es decir, que quien siembra vientos, cosecha tempestades, no se puede jugar con los sentimientos o resentimientos de la gente. Pero también por parte de los despreciadores debe darse la JUSTA RESTITUCIÓN, hay que “devolver” la dignidad, el respeto, quitado a los demás, restituyendo los daños y perjuicios –tanto físicos como psicológicos– que aquello ha podido causar en la víctima.
Esto es prioritario para el diálogo en las diversas comunidades o instituciones políticas, educativas, empresariales, sociales, etc. Por ejemplo, un líder de la talla de San Juan Pablo II no dudó incluso cuando tuvo que pedir perdón públicamente en el diálogo interreligioso, empeñarse en las actitudes injustas o todavía peor “justificarlas” deteriora al sujeto que comete la injusticia tanto como quien las recibe.
Reconocer los agravios, saber pedir perdón, es importantísimo para restituir la dignidad ofendida. El despreciador tiene que urgentemente buscar formarse para remediar su ignorancia, pero especialmente tiene que ejercitarse, trabajar en la justicia.
Una virtud
¿Y en qué consiste la justicia? ¿Cómo trabajar en ella? La justicia es una virtud, es decir un hábito, que se consigue no sólo con una acción sino con la repetición de muchos actos. Si alguien se muestra respetuoso una vez, o unas pocas, no adquiere la virtud del respeto; debe ejercitarse una vez y otra y otra, con el jardinero, con la señora que le vende la verdura, con el analfabeto, con el obrero, etc.
Pero, además,la justicia conlleva una valoración interna constante. La definición clásica es: “La justicia es la constante y perpetua voluntad de dar (conceder) a cada uno su derecho”. Es decir que no es una pose, está en lo interior, está en la voluntad. Por eso el desprecio racista se nota aunque se disimule. Es más, la hipocresía es peor porque se añade la mentira, y se detecta inmediatamente.
Se trata de lo que queremos dentro, de la voluntad que tenemos, respetar a otro no es una pose, no es una estrategia, es más es contraproducente, la gente piensa: ¡Qué raro que esta persona se acerque y me sonría cuando no ha buscado mi bien! ¿Qué estará buscando? A veces se dice que una gran parte de los peruanos son engañados por analfabetos, etc.; pienso que no es así, está en nuestra naturaleza ser muy intuitivos, otra cosa es que uno se “deje engañar” por un afán reinvindicativo, por identificación debido a sentimientos de resarcimiento de injusticias recibidas, etc.
En nuestras manos está ejercitarnos en el respeto, en no despreciar, en valorar sinceramente la dignidad de toda persona, lo cual no quiere decir aplaudirle siempre, pero siempre respetarle. El plexo social es un tejido hecho en base a nuestras interacciones, en el día a día, con cada una de nuestras acciones; y somos responsables del clima humano que creamos alrededor, de lo contrario no es raro que hayan personas que queden heridas, aisladas, lo cual tiene un costo social muy alto.